Amigos de la Asociación Argentina de Psicología Realista Ecce Homo:
En el marco de la temática “La psicología y el hombre moderno”, sobre la que nos hemos propuesto reflexionar durante este primer período de nuestros informes bimensuales, en esta ocasión pondremos a consideración una reflexión acerca de la sexualidad a la luz del concepto antropológico de «asunción eminente». Lo haremos a modo de homenaje al maestro y referente de nuestra Asociación, Dr. Abelardo Pithod, quien en el pasado mes de junio emprendió su regreso a la Casa del Padre.
Pero antes de presentar nuestra reflexión compartimos con ustedes las siguientes novedades referentes a las actividades de nuestra Asociación, recordándoles que pueden sumarse activamente a nuestra labor apostólica escribiéndonos o consultándonos por este medio:
•Seguimos poniendo a punto nuestro nuevo sitio web: http://
•Otra de las novedades es que hemos comenzado a realizar las adhesiones societarias. Haciéndose socios recibirán descuentos en las publicaciones de la Asociación, así como en las inscripciones a los Congresos (50%), y estarán ayudando a solventar los fondos para las diferentes actividades que realizamos. La cuota es anual ($500). Pueden asociarse haciendo clic aquí.
• En las próximas semanas publicaremos el Volumen III de la Revista de la Asociación Argentina de Psicología Realista Ecce Homo. Con gran alegría comunicamos que la misma ya posee ISSN, lo que le brinda mayor visibilidad a nivel científico y académico. Este tercer volumen se editará de manera digital. Quienes estén interesados en adquirirla pueden escribir al e-mail asociacioneccehomo@gmail.com o al teléfono 3434638557.
•En breve daremos a conocer la fecha y temática del 3º Congreso de Psicología Realista, que realizaremos en la ciudad de Paraná, Entre Ríos, el próximo año.
Nuevamente ofrecemos esta tarea a Nuestra Madre Santísima, Sede de la Sabiduría, y pedimos oraciones a cada uno de ustedes por los frutos de esta labor apostólica.
Les saludamos cordialmente en Xto.
Dr. Jordán Abud – Presidente
Dr. Santiago Vazquez – Vicepresidente
La sexualidad a la luz del concepto de “asunción eminente”
A modo de homenaje a Abelardo Pithod
El pasado 19 de junio emprendió su regreso a la casa del Padre, el gran autor católico que fue Abelardo Pithod. Dejó tras de sí una obra de valor incalculable, tanto por su riqueza y amplitud temáticas cuanto por el espíritu que invariablemente la animó: el de un amor insobornable a la verdad.
Lúcido, valiente, culto, erudito, sereno y punzante en sus juicios y análisis, Pithod cubrió, en psicología, casi todos los campos: clínica, educacional, organizacional, social. Su mirada, siempre filosófica, ha dado una claridad única en psicología. También incursionó en los campos de la doctrina social y la literatura con jugosos ensayos y con una excepcional novela llamada «Ante las puertas» que atestigua la enorme prueba de fe que significó para un grupo de amigos, la terrible crisis social y eclesiástica que se desencadenó allá por los años 60.
Su centro de gravitación fue siempre la psicología a la que se aproximó y se introdujo de lleno, siempre desde la mirada sapiencial del saber filosófico, aristotélico y tomista para más señas. Esto le permitió surcar el mar del saber humanístico en general (y psicológico en particular) del siglo XX, con la serenidad del navegante en posesión de una brújula segura y precisa. Tal labor redundó en una obra pletórica de intuiciones y desarrollos conceptuales de enorme valor para la psicología realista.
Por estas y otras razones, Ecce Homo tiene en Abelardo Pithod un autor de referencia obligada. De este modo, este segundo informe pretende brindar un homenaje al filósofo mendocino reflexionando en torno a una profunda idea que él planteara originalmente en algunas de sus obras, y que puede ayudarnos a visualizar, con nueva luz, la temática general que durante este año nos hemos propuesto abordar en estos informes de Ecce Homo, a saber, “La psicología y el hombre moderno”.
En la visión antropológica que Pithod ofrece en sus obras más filosóficas (una visión que, por lo demás, se trasluce en sus obras más “empíricas”) hay un concepto sobre el que se insiste una y otra vez: el de asunción eminente. La profunda significación de este concepto y el modo en que da clara cuenta de la naturaleza “bio-psico-espiritual” del hombre, justifican esa insistencia y es precisamente esta insistencia uno de los grandes méritos de la visión antropológica de Pithod. En efecto, pocos conceptos surgidos de la reflexión antropológica de cuño tomista, resultan tan esclarecedores y tan importantes para la psicología como este de la asunción eminente. Los fenómenos típicamente humanos –desde las perversiones más graves hasta las conmociones estéticas más profundas pasando por las conductas condicionadas socialmente– encuentran a la luz de este concepto una intelegibilidad única.
En esta ocasión queremos detenernos en el abordaje que realiza Pithod del fenómeno humano de la sexualidad y la explicación de su actual desorden a la luz del concepto de asunción eminente. Que la animalidad en el hombre sea asumida perfectivamente por la racionalidad y que esta forma superior –en tanto especificante de la naturaleza humana– contenga de una manera eminente (más alta) las cualidades propias de la animalidad, como nos enseñó Pithod[1], explica –con profunda y calibrada perspectiva antropológica– tanto la hipersexualización del hombre posmoderno cuanto la misma posibilidad de la “bienaventuranza animal” a la que ese hombre se ha entregado. “Tened cuidado –decía François Mauriac, el literato francés que se adentró como pocos en este drama del hombre tironeado y ganado por apetitos inferiores que exigen sin embargo una satisfacción superior– de que los sentidos no usurpen los derechos del corazón y del espíritu, y reclamen también una satisfacción infinita”[2]. Pues bien, esta usurpación es posible en el hombre por ser éste lo que es: espíritu encarnado.
El impulso sexual, presente también en los animales, posee en el hombre –por estar asumido eminentemente por un alma espiritual, es decir, por estar metafísicamente abierto hacia arriba, indeterminado no en cuanto a su objeto específico y proporcionado sino en cuanto a su sitio y su espacio dentro de la sinfonía espiritual que debe orquestar la inteligencia (supremo director) en el concierto que debe ser la existencia– un apetito de cuasi infinitud, “apetito que, librado a sí mismo, lleva a la insatisfacción y al hastío, pues lo inferior por sí solo no puede alcanzar lo que anhela y que solo prefigura”[3].
El espíritu “transfiere al sexo una pretensión que el sexo no puede satisfacer”[4] ¿Por qué se la transfiere? Porque el sexo constituye la sensación corpórea más intensa y vehemente que, en cuanto tal, se irradia a la persona entera haciendo que “el sexo se ligue de espíritu”[5]. El espíritu insufla así al sexo “aspiraciones de infinito [prometiendo] más de lo que puede dar”[6]. El espíritu no es ajeno a la conmoción del alma entera que genera el sexo; el problema es el significado que para el espíritu adquiere esa conmoción: el espíritu puede elegir vivir de esa conmoción queriendo o creyendo (con la consiguiente decepción y hartazgo) hallar en ella (por la “tensa y abismal ilusión” que genera) lo que él anhela; o hacer de ella (de la conmoción), mediante la virtud de la pureza, el epifenómeno, no exento de un goce legítimo y limpio, de una fusión espiritual que enmarca, que configura, que transfigura y que lleva a su plenitud al sexo.
Cuando los sentidos usurpan los derechos del espíritu, como decía Mauriac, es porque el espíritu cabalga sobre esa sensación voluptuosa creyendo –o queriendo creer– engañosamente hallar en ella esa posesión extática del ser que no deja nunca de anhelar y que encuentra en el sexo su remedo terrestre. Refiriéndose a la gula –tan emparentada con la lujuria– Marechal contraponía los gordos terrestres a los gordos celestes: los primeros devoran, con sus jamás ociosas dentaduras, “toda la creación en su aspecto visible y masticable”; los segundos, en cambio, hacen lo propio con “toda la creación inteligible”[7].
He aquí entonces la animalización del espíritu. Una animalización que no es, sin embargo, transubstanciación: el espíritu no deja de ser lo que es y yerra, hasta la desesperación, el camino hacia su propio anhelo. Mejor que ninguna otra sensación, el sexo simula, en el goce efímero y voluptuoso que hace por un momento abandonarse completamente en el presente, la dulzura extática del espíritu en posesión de su objeto; justamente porque el sexo está llamado a ser una manifestación que completa la fusión por el amor de dos seres que son espíritus encarnados hechos para el amor y para la unión trascendente con el objeto del amor. El sexo promete una dulzura extática de la que es solo una lejana imagen y como una prefiguración.
El Padre Petit de Murat posee un texto en íntima conexión con la idea que estamos profundizando: “El hombre y el ser no se unen únicamente en el campo del puro conocimiento: su pasión propia y distintiva es también por el ser (al cual, en este caso, lo llamamos el bien, lo bueno); tanto que, cuando aquél se derrama en las cosas breves de la carne y de la tierra no cesa de buscar un más que desgarra la apocada medida de los sentidos y los apetitos sensibles. La peculiar intensidad, por ejemplo, con que dicha descarga apetitiva se arroja sobre la mujer, se debe a la mayor semejanza de la acción sexual con la posesión óntica; el hombre que vierte el caudal de su alma en ese cauce no queda en los términos concretos de la epidermis y órganos, de suyo anónimos, que realmente poseyó; lo hace bajo la tensa y abismal ilusión de que va a poseer a Clara, esto es, a la persona total, a la naturaleza humana viviente y concreta que el nombre de Clara significa”[8]. Extraordinario texto que dimensiona adecuadamente la importancia y el alcance de la idea que Pithod nos ha transmitido al reflexionar –sostenido firmemente en un hilemorfismo masticado y rumiado largamente– sobre la sexualidad.
Digamos, para ir concluyendo, que esta idea que, de la mano del autor mendocino, hemos planteado aquí, explica diversos fenómenos característicos de la actualidad. La hipersexualización hodierna consiste precisamente en hacer radicar en el sexo una dicha que él no puede otorgar. Hay, como fenómeno consecuente, una especie de “espiritualización” perversa de los reclamos provenientes de la zona instintiva. Cuando, parapetados en presuntos valores de libertad e igualdad, ciertos grupos luchan por la “ampliación de derechos”, lo que hacen, en rigor, es bautizar éticamente la búsqueda de la “bienaventuranza animal” de que hablara Santo Tomás. Se hace del deseo de obtener el mejor orgasmo sin que existan impedimentos de ninguna especie, una especie de cruzada ética del siglo XXI dando así a ese deseo rango de imperativo categórico y a su satisfacción inmediata de garantía de vivencia plena de la libertad humana.
Pero esto precisamente se explica a la luz de este descalabro que el impulso sexual puede generar en el hombre en tanto espíritu encarnado. Al hacer consistir su dicha en el sexo, el hombre “inyecta” a éste –en tanto su búsqueda es ineluctablemente espiritual– una aspiración que se transforma en voraz, que lo desborda absolutamente y que resulta la condición de posibilidad de las perversiones que a diario se verifican pues el impulso sexual se enloquece, se excede, y requiere cada vez más “sofisticación” para verse “satisfecho”. También la aparición y el uso extendidísimo de medicamentos que optimizan el “rendimiento sexual” cuando ya el impulso, por un proceso natural, se ha atenuado, se explica a la luz de la idea que venimos profundizando. En efecto, al quedarse sin deseo sexual el hombre pierde la fuente de la pequeña dicha a la que consagró sus desvelos. El camino será entonces resucitar, despertar y excitar artificialmente ese deseo a fin de recuperar esa pequeña y miserable felicidad a la que el espíritu brutalizado y desesperado se habituó.
Como vemos, la idea que nos dejó planteada Abelardo Pithod resulta original y profundamente esclarecedora. Reflexionar sobre ella es el modo en que desde Ecce Homo queremos brindar un cálido homenaje a quien ha sido y es para nosotros un maestro y un referente seguro. La tarea que queda pendiente es continuar recogiendo su herencia siguiendo el ejemplo de sinceridad y entrega en la búsqueda, testimonio y defensa de la verdad que nos diera el filósofo mendocino. Mientras tanto elevamos una oración por el maestro Abelardo con la seguridad de que el buen Dios ya lo estará recompensando por haber peleado el buen combate, terminado la carrera y conservado la fe.
Santiago Hernán Vazquez
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[1] Abelardo Pithod, El alma y su cuerpo (Grupo Editor Latinoamericano: Buenos Aires 1994), p. 192.
[2] François Mauriac, La toga pretexta, en: Obras Completas (Ediciones Castilla: Madrid 1953), p. 61
[3] Abelardo Pithod, Psicología y ética de la conducta (Dunken: Buenos Aires 2006), p. 139.
[4] Abelardo Pithod, El alma, op. cit., p. 205.
[5] Ibid., p. 206.
[6] Ibid.
[7] Leopoldo Marechal, Obra Poética (Leviatán: Buenos Aires 2014), p. 324. Poema “Didáctica de la Patria”.
[8] Fr. Mario José Petit de Murat, Especificación de la metafísica (Pascual Viejobueno: Tucumán, 2004), p.9. Versión digital en: http://www.traditio-op.org/biblioteca/Petit/Especificacion_de_la_Metafisica,_Fray_Mario_Petit_de_Murat_OP.pdf