Newsletter Nº 4 – Junio 2020

Amigos de la Asociación Argentina de Psicología Realista “Ecce Homo”:

Seguimos trabajando desde nuestra Asociación. Les comentamos algunas novedades:

  • Ya se envió a la imprenta el volumen III de la Revista «Ecce Homo»: Fundamentos de Psicoterapia. La misma estará disponible para la venta la semana próxima con un valor de $350 para los no socios, y $175 para los socios. La versión digital de la misma sigue disponible también ($250 los no socios, $125 los socios). Se puede ingresar a la página web de la Asociación para ver el índice de los diferentes tomos. Escribir al 3434638557 por encargues, o para consultar promociones.
  • Estamos llegando a la fecha pautada como límite de inscripción para participar como miembro de los equipos de investigación (20-06-20), pero hemos decidido extender la misma hasta el 31/07/20. Los interesados por favor contactarse al: 3434638557. Los dos proyectos de investigación son: «Metacognición y ansiedad». La preocupación en el proceso metacognitivo del sujeto con TAG; y «Palabra y catarsis». La ironía como estrategia comunicativa en el vínculo terapéutico.
  • Les contamos que tenemos una Página de Facebook, donde también nos iremos comunicando con ustedes, y realizando publicaciones de diverso tipo. Pueden buscarla para darle Me Gusta: Asociación Argentina de Psicología Realista.
  • Seguimos en preparación del 3º Congreso de la Asociación, el cual saben, tiene fecha programada para Noviembre. El eje temático como ya hemos mencionado será la figura, la obra y el pensamiento del maestro Abelardo Pithod. En el próximo newsletter podremos dar el Temario así como otros detalles del Congreso.
  • Por último, dejamos a continuación un artículo titulado «¿Libertad y Verdad?» de la Lic. Andrea Piscicelli y el Prof. Cristian Rodríguez Iglesia. Esperamos puedan disfrutarlo y les sea de provecho para el alma.

Renovando nuestro compromiso en la búsqueda de la verdad, ofrecemos nuestra tarea a Dios nuestro Señor y la encomendamos a la guía de la Santísima Virgen, Madre de la Sabiduría.

 

Cordialmente,

Dr. Jordán Abud – Presidente

Dr. Santiago Vazquez – Vicepresidente

¿Libertad y Verdad?

Lic. Andrea Piscicelli y Prof. Cristian Rodríguez Iglesias

 

Si tomamos a los hombres tal y como son, los haremos peores de lo que son.

En cambio, si los tratamos como si fuesen lo que debieran ser,

los llevaremos allí donde tienen que ser llevados

Goethe

 

Nuestro mundo está sumergido en una profunda crisis. Es una de las primeras certezas que afloran rápidamente. Y una de las situaciones más complejas se da respecto del tema de la verdad. Se afirma livianamente en cualquier conversación de “café” –y también en ciertos ámbitos académicos– que cada uno tiene “su verdad”, adaptándola sin más a los propios gustos e intereses, sin llegar a preguntarse siquiera sobre su carácter absoluto y universal.

Este relativismo de base, que enseña a elegir sólo lo que me gusta y a dejar de lado todo lo que no me gusta –como en las grandes tiendas–… este relativismo –decíamos– está clavado como un puñal en el corazón de la cultura contemporánea. Esta pseudocultura relativista, de neto corte dictatorial, ha logrado una cierta hegemonía en el Occidente que alguna vez fue cristiano. Avizoramos precisamente aquí la causa de su gran debilitamiento: una grave y mortal sangría que podría llevarlo a su desaparición.

Esta crisis en torno a la verdad, que relacionamos de modo directo con el relativismo imperante, hace fuerte impacto en todas las instituciones fundamentales de nuestra sociedad, principalmente en la familia. El gran San Juan Pablo II ha señalado, en su Exhortación Apostólica «Familiaris Consortio», que en la base de esta problemática «está muchas veces una corrupción de la idea y de la experiencia de la libertad, concebida no como la capacidad de realizar el proyecto de Dios…, sino como una fuerza autónoma de autoafirmación, no raramente contra los demás, en orden al propio bienestar egoísta» (FC 6). Se ha enfriado la caridad: no se ama a Dios sobre todas las cosas ni al prójimo como a sí mismo.

En nuestra sociedad contemporánea, quien desea ser “libre” debe procurar a toda costa aquello que provoca placer –especialmente el sensorial e inmediato–, estableciéndolo como fin y fundamento último de la vida. “Hollywood”, ese destacado “catequista del hedonismo” que despliega la misma “enseñanza” en cada nueva serie o película, es un claro ejemplo de esto. Otro tanto diremos de los grandes medios de comunicación locales, repetidores de las mismas nefandas ideas. El «amor líquido» que está de moda, concepto creado por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman que ha captado muy bien la esencia de la posmodernidad, hace referencia precisamente a la fragilidad de las relaciones humanas en el siglo XXI. Ya no hay lugar para el amor sólido, la verdad fuerte, la libertad real. Temerosas de establecer lazos estables, las personas ya no exigen compromisos ni convicciones o certezas.

Es precisamente sobre este hombre “camaleónico”, sobreadaptado y vacío interiormente, producto de la ocasión y del vértigo de nuestro tiempo, que el famoso neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco Víktor Frankl –en su libro «Psicoanálisis y Existencialismo»– levanta su voz para recordarnos que «lo que tenemos que temer hoy en día, en una época de frustración existencial, no es el exigirle demasiado al hombre, sino el exigirle demasiado poco».

Esta venerable “exigencia” puede, de hecho, ayudar mucho y evitar el asedio de «la ansiosa pregunta, la atormentadora duda –dice Frankl–, de si mi vida habría tenido, en el momento de mi muerte, un sentido». Y añade: esta es el «arma más poderosa que haya tenido jamás el arsenal psicoterapéutico: la orientación del hombre al sentido y a los valores».

Sigmund Freud no era de la misma opinión. «En el momento en que uno se pregunta el sentido y el valor de la vida –escribía a Marie Bonaparte–, está uno enfermo…». Dramáticamente advertimos que el hombre y la cultura contemporánea tienen mucho de esta visión subsidiaria de Freud, que ha penetrado también en ámbitos cristianos.

La amplia experiencia de Frankl en el consultorio lo lleva a contrariar a su maestro. Afirma que «hay pacientes que acuden al psiquiatra porque dudan sobre el sentido de su vida, e incluso porque desesperan de hallar algún sentido a su vida. En ese contexto, en la logoterapia hablamos de frustración existencial. En sí y por sí misma no tiene nada de patológico». Por eso sostiene que «en adelante, lo que menos nos podemos permitir es rechazar la orientación y ordenación del hombre a algo como el sentido y los valores como “cosas que no son más que mecanismos de defensa o racionalizaciones secundarias”… Ciertamente, en casos aislados y excepcionales, detrás de la preocupación de un hombre por el sentido de su existencia se oculta alguna otra cosa, pero en todos los demás casos se trata de una solicitud genuina del hombre que debemos tomar en serio».

Lo que advierte Viktor Frankl desde la perspectiva médica es una experiencia compartida por todas las generaciones: el hombre es un buscador de la verdad. Y mejor aún: puede encontrarla, a pesar de los límites de su inteligencia. Sobre esto San Juan Pablo II ha escrito palabras muy luminosas en su magnífica Encíclica «Veritatis Splendor», aunque hemos de advertir que para muchos tal vez suenen inactuales. El hombre, dice allí el Papa Wojtyla, «debido al misterioso pecado del principio… su capacidad para conocer la verdad queda ofuscada y debilitada su voluntad para someterse a ella. Y así, abandonándose al relativismo y al excepticismo, busca una libertad ilusoria fuera de la verdad misma» (VS 1). Casi una profecía de lo que años después se daría en llamar el “pensamiento débil”, que orgullosamente le ha dicho “adiós a la verdad”, y que paradójicamente se impone a sangre y fuego desde ciertos organismos –estatales y privados– colonizados por el relativismo cultural y moral.

Por eso, es imprescindible darnos cuenta que en el conocimiento de la verdad se juega nuestro destino personal y comunitario. Y se juega también nuestra libertad, tan exaltada como pisoteada en estos tiempos. No es una quimera, o una vaporosa utopía, la posibilidad de buscar y encontrar la verdad. Ni siquiera el error o el pecado pueden descarriar al hombre de este camino, pues «no pueden eliminar en el hombre la luz de Dios Creador. Por eso, siempre permanece en lo más profundo de su corazón la nostalgia de la verdad absoluta –dice Juan Pablo II– y la sed de alcanzar la plenitud de su conocimiento. Lo prueba de modo elocuente la incansable búsqueda del hombre en todo campo o sector. Lo prueba aún más su búsqueda sobre el sentido de la vida» (VS1).

A propósito de esto, y en un sentido similar, Frankl afirma que «sólo el hombre puede hacer la pregunta por el sentido, sólo él puede cuestionar el sentido de su existencia», al mismo tiempo que «el hombre sólo se manifiesta como verdaderamente hombre cuando alza el vuelo a la dimensión de la libertad». Y para ser libres hace falta respetar la verdad del hombre. Si la verdad se falsea, también se falsea el concepto de libertad y de bien. Y si nos deslizamos por esa pendiente, caeremos –más lenta o más rápidamente– hacia una caricatura del hombre, deformada y esclavizada según los caprichos cambiantes de cada época.

El lazo entre libertad y verdad es indisoluble: o ambas permanecen juntas, o ambas mueren miserablemente. Lamentablemente «debilitar o incluso negar la dependencia de la libertad con respecto a la verdad» (VS 34) es un grave error en el que se cae con facilidad y que se encuentra muy extendido. Por eso, hay algo que no debe olvidarse jamás: «la libertad depende fundamentalmente de la verdad» (VS 34). Y tanto en la vida como en la práctica terapéutica, si no tenemos esto en cuenta fácilmente podremos desviarnos.

Como bien decía Chesterton: «A cada época la salva un pequeño puñado de hombres que tienen el coraje de ser inactuales». ¿Nos atrevemos a serlo?