Amigos de la Asociación Argentina de Psicología Realista “Ecce Homo”:
Nos es grato volver a comunicarnos con todos ustedes en este nuevo año que comienza.
Seguimos trabajando en diferentes proyectos de la Asociación, que poco a poco se van concretando y que aquí compartimos con ustedes.
– En primer lugar volvemos a recordarles la posibilidad de hacerse socios de «Ecce Homo», teniendo como principales beneficios, descuentos del 50% en nuestras publicaciones, Congresos, etc. De este modo colaboran enormemente con nuestra tarea, ya que no tenemos ingresos de ningún otro tipo. La cuota anual seguirá siendo de $500. Por lo que los que ya son socios pueden abonar cuando lo deseen, mientras que los que quieran asociarse, deben completar el siguiente formulario: https://forms.gle/
– Acerca de la publicación del Volumen III de nuestra revista, el cual tiene como temática en esta ocasión los «Fundamentos de Psicoterapia», recordarles que ya está disponible en formato digital, a un precio de $125 para los socios y $250 para los no socios. Los que deseen adquirirla pueden hacerlo escribiendo a este email o al 3434638557 (Angelina).
– Es nuestro deseo poder lanzar una serie de 100 ejemplares impresos, pero no disponemos aún de los fondos suficientes, por lo que si alguno quiere comprar por anticipado el Volumen, o realizar alguna donación, apelamos a su generosidad.
– Por otro lado, les recordamos que está en marcha la preparación del 3º Congreso de nuestra Asociación. El mismo se realizará en la ciudad de Paraná, provincia de Entre Ríos, en el mes de Noviembre. El eje temático para este tercer Congreso será la figura, la obra y el pensamiento del maestro Abelardo Pithod. A medida que vayamos avanzando en la organización les comunicaremos precisiones y demás detalles.
– Les recordamos asimismo que está en vigencia nuestro sitio web: http://
– Por último, deseamos compartir con ustedes un artículo escrito por el Dr. Mario Caponnetto denominado «Felicidad y Virtud». Esperamos le sea de gran provecho.
Saludamos cordialmente,
Dr. Jordán Abud – Presidente
Dr. Santiago Vazquez – Vicepresidente
Felicidad y virtud
Mario Caponnetto
El hombre, todo hombre, en todo tiempo, busca la felicidad. Esta búsqueda es inseparable de la condición humana. Es una verdad que nadie discute y que, además, está avalada por la experiencia tanto personal como histórica. Las dificultades aparecen a la hora de definir qué cosa sea, en realidad, esta felicidad que se busca y cuáles los caminos que nos llevan a ella.
Las dificultades se hacen aún mayores, si cabe, en el contexto de un tiempo como el nuestro signado por un doloroso exilio de la verdad y un desfondamiento espiritual del hombre. Por todos lados parecen imponerse un escepticismo radical, un relativismo agobiante, un hedonismo grosero, un nihilismo desolador, todo ello acompañado de la disolución progresiva de cuanto en otro tiempo podía considerarse un suelo medianamente firme en el que asentar la existencia.
Viktor Frankl vio como pocos esta situación del hombre y de la cultura de nuestro tiempo y acuño el concepto de “vacío existencial” para designar la consecuencia que se deriva de esta situación. Este vacío no es patológico, por cierto, porque no es una enfermedad en sentido propio sino una condición humana, pero sí puede ser patógeno, es decir, engendrar una enfermedad cuya causa no reside en ninguno de los “mecanismos” de la “psicología profunda” sino, lisa y llanamente, en la pérdida del sentido de la existencia. Y esta es la vía por la que el problema de la felicidad se cuela en nuestra tarea de psicólogos y terapeutas en general.
Pero como somos cristianos la respuesta a esta dificultad no podemos hallarla como no sea valiéndonos de las dos alas del espíritu humano para alcanzar la verdad, a saber, la razón y la fe (Fides et ratio, 1). La razón nos lleva a preguntarnos en qué consiste ser feliz; y la respuesta nos conducirá necesariamente a las páginas inmortales de la Ética Nicomaquea de Aristóteles. Allí, en las primeras líneas puede leerse esta sentencia: Todo arte y toda investigación e, igualmente, toda acción y libre elección parecen tender a algún bien; por esto se ha manifestado, con razón, que el bien es aquello hacia lo que todas las cosas tienden (Ética I, c. 1, 1094 a, 1-3).
Detengámonos en este pasaje: el Filósofo nos dice que el bien es el objeto de todo lo que el hombre hace (el arte o el hacer técnico y la investigación que es el camino que lleva a la ciencia), pero es también el objeto de todas sus acciones y elecciones. El bien, por tanto, está en el horizonte del hombre y de su mundo.
Ha de tenerse en cuenta, además, que en el particular contexto histórico y filosófico en el que se inscribe la Ética aristotélica, la noción de bien se vincula con la idea de fin, tomado como ultimidad pero también como consumación o plenitud de algo. En este marco, hay un bien que tiene razón de bien último y de plenitud de la existencia humana; y es este bien el que coincide con la felicidad. El hombre plenamente feliz será, en consecuencia, aquel que alcance ese bien final o supremo.
Pero, las preguntas siguen: ¿cuál es ese bien?, o ¿cuál de entre la multitud de bienes que se ofrecen a nuestra voluntad o apetencia es el que puede ser llamado con propiedad último y sumo bien y, por ende, felicidad? A lo largo de su Ética Aristóteles se dedica a dilucidar esta cuestión central. Acude para ello a una relación esencial: el bien mayor, el máximo y sumo bien, el único que puede saciar toda aspiración humana y más allá del cual nada puede ya desear el hombre tiene que ser un bien congruente con la naturaleza humana: y puesto que tal naturaleza no es otra que la de un intelecto encarnado -el zoon logikós, el viviente espiritual- el único bien posible de saciar semejante naturaleza no puede ser otro que la contemplación de la verdad, y no de una verdad cualquiera sino de una verdad que sea el principio y fundamento de toda verdad. Así el Estagirita nos propone como felicidad humana la eudaimonía, es decir, la contemplación de la verdad. La vida feliz, la vida dichosa, es la del sabio que busca, conoce y contempla la verdad. Todo otro bien, el del cuerpo, el del alma, el bien deleitable, el bien útil, sólo adquiere sentido pleno cuando se orienta y se ordena al bien supremo.
En los siglos cristianos, Tomás de Aquino seguirá la vía de Aristóteles. Sólo que, ahora, la Fe completa el cometido de la razón: aquella eudaimonía, intrahistórica, intramundana del Filósofo se hace bienaventuranza cristiana, la beatitudo, que se consuma no en esta vida sino en la patria pero que ya incoativamente está presente ahora, en vía, en camino. Sólo en Dios reside la felicidad humana: aquí en la tierra en tanto se la busca; allá, en la patria, cuando se consume en la visión beatífica.
En tanto psicólogos o terapeutas cristianos no podemos perder de vista esta verdad fundamental. Por cierto no es el fin propio y específico de nuestra tarea llevar a los hombres a la felicidad eterna; tampoco asegurarles la felicidad terrena: una y otra son obras de la libertad humana auxiliada por la gracia. Pero si perdemos de vista este hecho, decisivo, de que el hombre está llamado a un fin que lo trasciende, no lograremos nunca alcanzar una adecuada comprensión ni de su naturaleza ni de su destino. Estaremos a ciegas, incluso, ante la misma patología que es el primer presupuesto de nuestra actuación. He aquí, por tanto, la respuesta a la pregunta por la felicidad.
Hay otra dificultad que se suma a la anterior. En el marco de la cultura contemporánea a la que hicimos referencia más arriba, se plantea si la virtud no es algo que se opone a la felicidad. La virtud es vista como un límite o una coacción incompatible con lo felicidad. Volvamos a Aristóteles. Para el Filósofo la virtud no es otra cosa que un hábito, una cualidad, que nos inclina a obrar bien, esto es, a buscar la verdadera felicidad. Es que la felicidad la deseamos por naturaleza pero sin la virtud ese deseo natural no podría alcanzarse. De ahí que se afirme: “La vida feliz, por otra parte, se considera que es la vida conforme a la virtud” (Ética Nicomaquea, X, c. 61177 a, 1-3). Y más adelante: “Si la felicidad es una actividad de acuerdo con la virtud, es razonable que sea una actividad de acuerdo con la virtud más excelsa, y ésta será una actividad de la parte mejor del hombre. Ya sea, pues, el intelecto ya otra cosa lo que, por naturaleza, parece mandar y dirigir y poseer el conocimiento de los objetos nobles y divinos, siendo esto mismo divino o la parte más divina que hay en nosotros, su actividad de acuerdo con la virtud propia será la felicidad perfecta. Y esta actividad es contemplativa, como ya hemos dicho” (Ética Nicomaquea X, c. 7, 1177 a, 11-20).
La felicidad no es un hábito sino una acción; y como toda acción humana reconoce como principios las potencias naturales y éstas, a su vez, revestidas de los hábitos virtuosos. La felicidad es, pues, una operación según la virtud; y dado que la felicidad es la acción más alta a ella corresponde la virtud más alta. Comentando precisamente estos pasos de la Ética aristotélica, Tomás de Aquino afirma: “Conforme con lo dicho, es necesario que la perfecta felicidad sea la operación de lo mejor según la virtud que le es propia. En efecto, solo puede ser perfecta la operación que se requiere para la felicidad, la operación de la potencia perfecta por el hábito que es su virtud y por la cual la operación se hace buena” (Sententia Libri Ethicorum X, lectio 10, n. 6).
Lejos de oponerse, felicidad y virtud se requieren recíprocamente.
Quizás, en una primera mirada, toda esta especulación parezca ajena o alejada de la tarea del psicólogo. En efecto, nuestros pacientes angustiados no necesitan una lección de filosofía: requieren la pericia técnica y la palabra oportuna. La primera nos la da el arte. Pero la posibilidad de la segunda no proviene del arte sino de cuán capaces seamos de entender al hombre, su drama y su misterio.